Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893)
Nace cerca de Tixtla, en el estado de Guerrero, el 13 de noviembre de 1834, sus padres Francisco Altamirano y Gertrudis Basilio, eran
indígenas puros; el primero recibió su apellido del español Juan Altamirano, padrino de uno de sus ascendientes. Altamirano cumple 14 años sin hablar castellano, lengua de la cultura oficial, por lo tanto aún no sabe leer y escribir. Inicia precisamente por aquel entonces un proceso de alfabetización que sorprende por su rapidez
y consigue, en 1849, una beca instituida por Ignacio Ramírez "El Nigromante" para estudiar en el Instituto Literario de Toluca, donde
éste mismo imparte sus enseñanzas, siendo además, intelectual y librepensador, futuro ministro con Porfirio Díaz, cuyo interés por la juventud indígena le convierte en mentor y amigo de Altamirano.
Estudiante de derecho en el Colegio de San Juan de Letrán, costeó sus estudios dando clases de francés en una escuela particular.
Altamirano alinea con los revolucionarios de Ayutla, combate a los conservadores en la guerra de Reforma y más tarde, tras ponerse decididamente al lado de los juaristas, es elegido en 1861 diputado al Congreso de la Unión, donde pronuncia su famoso discurso contra la amnistía a los enemigos de la Reforma (10 de julio de 1861). Cuando la Intervención Francesa participa, con el grado de coronel (1863,1867) en varias acciones militares, en las batallas de Tierra
Blanca, Cuernavaca y Querétaro. Es citado en la orden general del ejército por su comporta-miento, "como un héroe" en el sitio de Querétaro.
En 1867, restablecida ya la República, consagra por fin su vida a la enseñanza, la literatura y el servicio público, en el que desempeña muy distintas funciones como magistrado, presidente de la Suprema Corte de Justicia y oficial mayor en el Ministerio de Fomento.
Funda junto a su maestro Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, el Correo de México, publicación que le sirve para exponer y defender su ideario romántico y liberal; dos años más tarde, en 1869, aparece gracias a sus desvelos la revista Renacimiento, que se convierte en el núcleo que agrupa y articula los más destacados literatos e intelectuales de la época con el común objetivo de renovar las letras nacionales.
Ese deseo de renacimiento literario y el encendido nacionalismo, que tan bien se adapta a sus ardores románticos, desembocarán en la publicación de sus Rimas (187 1), en cuyas páginas las descripciones de paisaje patrio le sirven de instrumento en la búsqueda de una lírica genuinamente mexicana. En 1868, había publicado Clemencia, considerada por los estudiosos como la primera novela mexicana moderna y había tenido una destacada intervención en las Veladas Literarias que tanta importancia tuvieron en la historia de la literatura mexicana.
Otras de sus obras de tipo narrativo son: La Navidad en las montañas (1870), Cuentos de invierno (1880).
Su novela El Zarco "Episodios de la vida mexicana en los años 1861-1863" es editada póstumamente en el año de 1901.
Su concepto del hombre y de la patria, su incansable actividad cultural, su defensa de los valores indigenistas, su decidida apuesta por las ideas de progreso justifican que se le haya comparado con una de las figuras míticas de la historia de México, al afirmar que fue el apóstol de la cultura como Juárez lo fue de la libertad mexicana.
Se esforzó por crear e impulsar una literatura de contenido y acento nacionales, pero con raíces en las ideas universales.
La obra educativa de Manuel Altamirano fue muy notable. Fue profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Comercio, la de Jurisprudencia, la Nacional de Profesores y otros establecimientos docentes; así, tanto por su vida como por su incesante magisterio, Altamirano se ganó a pulso el título de "maestro" que tantos le otorgan.
El 13 de junio de 1889 fue nombrado Cónsul General de España, con residencia en Barcelona y posteriormente en Francia (18 de febrero de
1890). Visita Italia y Suiza. Enferma; se traslada a San Remo, Italia, donde muere el 13 de febrero de 1893. En 1934, al celebrarse el centenario de su nacimiento, el Congreso de la Unión acordó que sus cenizas fueran trasladadas del Panteón Francés a la Rotonda de los
Hombres Ilustres.
LA SALIDA DEL SOL
Ya brotan del sol naciente
los primeros resplandores,
dorando las altas cimas
de los encumbrados montes.
Las neblinas de los valles
hacia las alturas corren,
y de las rocas se cuelgan
o en las cañadas se esconden.
En ascuas de oro convierten
del astro rey los fulgores,
del mar que duerme tranquilo
las mansas ondas salobres.
sus hilos tiende el rocío
de diamantes tembladores,
en la alfombra de los prados
y en el manto de los bosques.
sobre la verde ladera
que esmaltan gallardas flores,
elevan sus frente altiva
los enhiestos girasoles,
y las caléndulas rojas
vierte al pie sus olores.
Las amarillas retamas
visten las colinas, donde
se ocultan pardas y alegres
las chozas de los pastores.
Purpúrea el agua del río
lame de esmeralda el bordo,
que con sus hojas encubren
los plátanos cimbradores;
mientras que allá en la montaña,
flotando en la peña enorme,
la cascada se reviste
de iris con los colores.
El ganado en las llanuras
trisca alegre, salta y corre;
cantan las aves, y zumban
mil insectos bullidores
que el rayo del sol anima,
que pronto mata la noche.
En tanto el sol se levanta
sobre el lejano horizonte,
bajo la bóveda limpia
de un cielo sereno . . . Entonces
sus fatigosas tareas
suspenden los labradores,
y un santo respeto embarga
sus sencillos corazones.
En el valle, en la floresta,
en el mar, en todo el orbe
se escuchan himnos sagrados,
misteriosas oraciones;
porque el mundo en esta hora
es altar inmenso, en donde
la gratitud de los seres
su tierno holocausto pone;
y Dios, que todos los días
ofrenda tan santa acoge,
la enciende de Sol que nace
con los puros resplandores.
ENSUEÑO DE ACAPULCO
GUILLERMO URBIZU
De nuevo en la playa pasea
tu alma sosegada.
Pisas la arena, cansada
entornas los ojos
y las pestañas se traban al trasluz de la belleza.
¡Qué gozo volver a soñar
tus sueños! Contigo.
Sólo tu amor y el agua,
como en el poema de Pablo García Baena.
El océano salpica entre palmerasla brisa de Acapulco.
Y te dedicas al extraño arte
de acariciar las olas.
En una de ellas te espera Dios,
eterno niño,
que busca la plegaria de tus manos.
¡Qué calma la del océano manso de julio,
tan pródigo en pífanos y prodigios!
Te recuerda a algunas pinturas de Félix Vallotton,
donde el ocaso
se funde en verdes, naranjas y amarillos.
Y las palabras sólo son la espuma...